La Era de la Posverdad: Cuando el Engaño Socava los Cimientos Sociales

El Engaño como Arquitectura Social: De la Publicidad al Gobierno

En la vertiginosa espiral de la información contemporánea, nos hallamos inmersos en una era que, con creciente acierto, hemos denominado la posverdad. La Real Academia de la Lengua Española nos ofrece una definición cruda y precisa de su núcleo: engañar es “dar a la mentira apariencia de verdad” e “inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas”. Y el engaño, naturalmente, es la acción y efecto de engañar. Esta descripción, aparentemente elemental, adquiere una resonancia ominosa en el panorama actual, donde la verdad objetiva cede terreno ante la emotividad y la creencia.

En nuestras sociedades occidentales, la existencia de elecciones es un pilar democrático innegable, capaz de alternar gobiernos y dirigir el rumbo de las naciones. Sin embargo, como señala de forma incisiva Colin Crouch, este debate electoral público se ha transformado en un espectáculo meticulosamente orquestado, gestionado por equipos de profesionales expertos en las más depuradas técnicas de persuasión. Estos equipos, con una maestría casi quirúrgica, seleccionan un rango limitado de temas, moldeando la narrativa de manera que la contienda política se asemeja más a una campaña publicitaria que a un intercambio robusto de ideas. Crouch no duda en atribuir directamente a este «modelo de industria publicitaria» de la comunicación política la génesis de la profunda crisis de confianza y las constantes acusaciones de deshonestidad que hoy definen el ecosistema de la posverdad. La política, reducida a un producto a vender, prioriza el impacto emocional y la apariencia sobre la sustancia, y la estrategia sobre la verdad. El objetivo primordial es el engaño: se busca engañar al contrincante, al enemigo, al evaluador, y en última instancia, a todos. La premisa fundamental es escalofriante: que algo aparente ser verdad se ha vuelto más crucial que la verdad misma. Y si la mentira, a pesar de todo, se evidencia, la estrategia imperante es defenderla con vehemencia, insistiendo en su veracidad contra toda prueba. El cinismo, en este contexto, no es un mero rasgo de carácter, sino una herramienta fundamental. La perseverancia en la mentira, en el engaño, culmina en una erosión progresiva de la verdad, hasta que la falsedad prevalece, dejando a su paso un rastro de desinformación y escepticismo generalizado.

Por ello, nuestra sociedad bien podría definirse como la sociedad de la mentira y el engaño; un engaño que se manifiesta en sus formas más sutiles, cínicas y descaradas. Las empresas manipulan en sus reclamos publicitarios, los periodistas, presionados por la inmediatez y el clic, a menudo distorsionan o omiten, y los políticos construyen narrativas convenientes. Mienten todos, con el deliberado propósito de engañar a sus usuarios, a sus lectores, a sus ciudadanos, y especialmente a los votantes, una práctica ya endémica en todas las campañas electorales. Y con una mentira, se tejen otras, en una intrincada red que perpetúa el ciclo.

El Auge de la Desinformación Digital y sus Consecuencias

El engaño ha sido, desde los albores de la historia, una herramienta utilizada en los conflictos entre grupos, imperios o países, una verdadera arma bélica tan antigua como la estrategia misma. Sin embargo, lo que distingue la era actual es la capacidad de las nuevas tecnologías para amplificar y sofisticar este fenómeno. Las tecnologías de inteligencia artificial (IA), en particular, han revolucionado la capacidad de falsificar imágenes, rostros, voces, conversaciones y videos de una manera tan increíblemente realista que se vuelve prácticamente imposible de detectar a simple vista por las personas corrientes. Estamos hablando de deepfakes que pueden hacer que figuras públicas parezcan decir o hacer cosas que nunca hicieron, o audios clonados que simulan conversaciones inexistentes con una fidelidad asombrosa.

Con estas herramientas, se pueden montar noticias falsas (conocidas como fake news) e historias completamente inventadas que, gracias a la ubicuidad de las comunicaciones G, G e internet, se difunden a una velocidad vertiginosa por todo el planeta a través de plataformas de redes sociales, aplicaciones de mensajería y correo electrónico. El problema se agudiza porque cualquier intento de intervención o moderación sobre estas plataformas, por legítima que sea la intención de combatir la desinformación, puede ser fácilmente interpretado y denunciado como un acto de censura por parte de un grupo dominante sobre otros, generando aún más polarización y desconfianza.

En este entorno digital saturado de información dudosa, el individuo se ve forzado a cuestionar cada mensaje, a comparar y contrastar noticias entre múltiples fuentes, y a vivir bajo la sombra constante de la sospecha de estar siendo engañado. Es un mundo complejo, agotador, donde la certeza se diluye en un mar de datos contradictorios.

La Deriva Moral y Emocional de la Sociedad: Un Determinante Clave del Malestar Psicológico

A esta dificultad se suma el gran problema subyacente que afecta a España y al mundo en general: la cada vez más ínfima educación de una parte importante de la juventud y de la población. Junto a ello, y como tesis defendida por ciertos pensadores y expertos, se postula que la pérdida progresiva de valores en favor de un relativismo ético ha conducido a un peligroso «qué más da». Esta apatía o falta de discernimiento crítico facilita la penetración de la desinformación y el engaño.

Esta perspectiva argumenta que la salud mental contemporánea está intrínsecamente ligada a una «deriva moral y emocional» de nuestra sociedad, actuando como factores de estrés y vulnerabilidad. No se trata de una relación simple, sino de una compleja interacción. La pérdida de sentido y propósito debido a un relativismo moral donde los valores compartidos se diluyen, puede llevar a la confusión y a un vacío existencial que es un caldo de cultivo para la ansiedad y la depresión. Un individualismo exacerbado erosiona los lazos comunitarios y la solidaridad, generando sentimientos de aislamiento y soledad, cruciales para el bienestar psicológico.

La cultura del consumismo promueve una búsqueda incesante de la felicidad en lo material y superficial, lo que conduce a una insatisfacción crónica y a una autoimagen basada en la apariencia. La inmediatez fomentada por la era digital reduce la tolerancia a la frustración y la capacidad de resiliencia. Paralelamente, la deriva emocional se evidencia en un cierto analfabetismo emocional, donde se reprimen sentimientos «negativos» buscando una felicidad artificial, lo que resulta en una desconexión y un empeoramiento de los problemas. La sobrecarga de información y la constante comparación social en redes sociales crean presiones por la perfección y la apariencia, alimentando la insuficiencia y la ansiedad. Paradójicamente, en un mundo hiperconectado, crece la soledad y el aislamiento real, ya que las interacciones superficiales no reemplazan los vínculos auténticos.

Dentro de esta tesis crítica, se sostiene que el enaltecimiento de la mediocridad, la falta de espiritualidad y la falta de respeto a los mayores en edad, dignidad y gobierno han contribuido a la configuración de una sociedad anodina, sin esperanza y sin referencias morales. La promoción de la mediocridad como estándar desincentiva la excelencia y el esfuerzo personal, privando a los individuos de metas elevadas y el orgullo del logro genuino. La ausencia de espiritualidad o trascendencia deja a muchos sin un anclaje profundo o un propósito que vaya más allá de lo material, volviéndolos más vulnerables ante la adversidad. Y el desprecio o la marginalización de la sabiduría y la experiencia acumulada por los mayores elimina una fuente vital de guía moral y referencialidad para las generaciones más jóvenes, despojando a la sociedad de anclas éticas y de un sentido de continuidad histórica y respeto por la tradición. Estos factores, combinados, pueden generar un profundo malestar existencial que se traduce en un deterioro generalizado de la salud mental.

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