
La humanidad ha dedicado milenios a estas preguntas sin llegar a un consenso universal. Sin embargo, el valor no reside tanto en encontrar una única respuesta, sino en el propio acto de preguntar, de explorar los límites de nuestra percepción y comprensión, y de confrontar la naturaleza enigmática de nuestra existencia.
Las preguntas ¿Cómo sé que existe alguien más que yo? ¿Es que los demás, las demás cosas existen sin mi? ¿O solo existen en cuanto que yo las percibo? ¿Dejarán de existir cuando no las percibo? ¿Todo lo que me rodea es solo fruto de mi imaginación? Yo mismo, mi cuerpo físico, ¿es también fruto de mi imaginación? no son meras divagaciones, sino el corazón mismo de la filosofía. Desde la antigüedad, el pensamiento humano ha intentado desentrañar el misterio de la existencia, la realidad y la percepción, dando lugar a un rico tapiz de ideas que, si bien no ofrecen respuestas definitivas, sí proporcionan marcos para comprender nuestra experiencia.
La pregunta sobre si todo lo que nos rodea es solo un fruto de nuestra imaginación y si las cosas dejan de existir cuando no las percibimos nos lleva a la corriente del solipsismo, una postura extrema que afirma que solo el yo existe y todo lo demás es una construcción de la mente. Aunque intelectualmente fascinante, el solipsismo es muy difícil de sostener en la vida diaria.
Frente a él, el idealismo, como el del filósofo irlandés George Berkeley, propone que «ser es ser percibido» (esse est percipi). Para Berkeley, la realidad material no existe independientemente de una mente que la perciba; las cosas solo existen en cuanto son percibidas por nosotros o por una mente divina. Si nadie percibiera una mesa, dejaría de existir, a menos que Dios la siguiera percibiendo.
El realismo, por otro lado, defiende la visión de sentido común: existe una realidad externa, independiente de nuestra percepción. Las mesas, las personas y los planetas existen con o sin nuestra conciencia de ellos. Sin embargo, los filósofos realistas más sofisticados distinguen entre el mundo tal como es «en sí mismo» y el mundo tal como lo percibimos a través de nuestros sentidos y categorías mentales.
René Descartes, con su famosa duda metódica, llevó la pregunta al extremo, imaginando un «genio maligno» que lo engañaba sobre toda su realidad. Pero incluso en esa duda radical, encontró un punto inquebrantable: «Pienso, luego existo» (Cogito, ergo sum). La certeza de su propia existencia como ser pensante se convirtió en el punto de partida para intentar reconstruir la existencia del mundo exterior y de los «otros».
Las preguntas sobre la existencia del propio cuerpo y si somos solo lo que percibimos nos sumergen en la reflexión sobre la identidad personal y la relación mente-cuerpo:
Descartes propuso un dualismo radical: el «yo» es una sustancia pensante (la mente o alma) distinta de la sustancia extensa (el cuerpo físico). Aunque interactúan, son de naturalezas diferentes. Para él, mi cuerpo físico sí existe, pero como una entidad separada de mi esencia pensante. El empirismo de David Hume, en contraste, cuestionó la idea de un «yo» sustancial y continuo. Para Hume, el yo es más bien un «haz de percepciones» que se suceden rápidamente. No hay una «cosa» constante llamada yo que persista a través del tiempo; solo la conexión y sucesión de nuestras experiencias. El materialismo o fisicalismo contemporáneo sostiene que todo lo que existe, incluida la conciencia y el pensamiento, es fundamentalmente físico. Desde esta perspectiva, mi cuerpo físico no es una ilusión; es una realidad material, y mi mente es una manifestación o un proceso de mi cerebro físico. Finalmente, el existencialismo, con figuras como Jean-Paul Sartre, invierte la relación al afirmar que «la existencia precede a la esencia». Para los existencialistas, primero existimos (somos), y luego, a través de nuestras elecciones y acciones, nos definimos a nosotros mismos. No hay un «plan» predeterminado; somos libres y responsables de crear nuestro propio significado.
Las últimas preguntas nos invitan a reflexionar sobre los límites de nuestro conocimiento y la posibilidad de realidades trascendentes.Nuestros sentidos son, indudablemente, herramientas biológicas limitadas. Percibimos solo una pequeña fracción del espectro electromagnético o de las vibraciones sonoras. La ciencia y la tecnología (microscopios, telescopios, resonancias magnéticas) han expandido enormemente nuestra capacidad de «percibir» lo que está más allá de la captación sensorial directa, pero siempre dentro de un marco físico y empírico.
Filosóficamente, el racionalismo (como el de Platón o Leibniz) postula que podemos acceder a verdades fundamentales no solo a través de los sentidos, sino también mediante la razón, la lógica o ideas innatas. La realidad podría incluir entidades o principios abstractos que escapan a la percepción sensorial. La mística y las tradiciones espirituales de diversas culturas proponen que existen realidades o dimensiones que trascienden el mundo material y sensorial, accesibles a través de la intuición, la meditación, la revelación o estados alterados de conciencia. Immanuel Kant, en su filosofía crítica, introdujo la distinción entre el fenómeno (la realidad tal como se nos aparece, lo que podemos percibir y conceptualizar) y el noúmeno (la «cosa en sí», la realidad tal como es independientemente de nuestra percepción y categorías mentales). Para Kant, el noúmeno es, por principio, incognoscible para el intelecto humano, lo que sugiere que siempre hay un «más allá» que escapa a nuestra comprensión directa.
El cristianismo nos viene a dar la certeza: aborda las preguntas sobre la existencia, la realidad y la percepción afirmando que todo existe de forma objetiva y real porque ha sido creado y es continuamente sustentado por Dios. No somos una ilusión ni producto de la imaginación; nuestro cuerpo y nuestra alma son una unidad creada por Él con un propósito divino. La existencia de los demás y del mundo externo está garantizada por la voluntad de Dios, y no depende de nuestra percepción individual. Más allá de lo que nuestros sentidos captan, el cristianismo postula la existencia de una realidad espiritual, incluyendo a Dios, los ángeles y la promesa de vida eterna, a la que se accede principalmente a través de la revelación divina y la fe. En esencia, ofrece una cosmovisión donde la existencia tiene un significado inherente y la realidad es fundamentalmente objetiva y trascendente.
El pensamiento humano, en su diversidad, nos ofrece un abanico de perspectivas para responder la incertidumbre y el sentido en el vasto cosmos de la realidad. El cristianismo es quien nos da la respuesta y nos resuelve la incertidumbre de nuestra existencia y la certeza de nuestra trascendencia.