Los robots humanoides. Cuando las máquinas ”sienten”.

En mis escritos sobre el sentido de la trascendencia de hombre, sobre la longevidad, sobre el humanismo y el transhumanismo, siempre apunto a un posible destino final en el que los robots superan ya a los transhumanos. Ante el avance de la IAG y las capacidades sensoriales de las que se les están dotando a robots, me detengo ahora en desarrollar las siguientes consideraciones.

La llegada potencial de un robot humanoide equipado con Inteligencia Artificial General (IAG) y la capacidad de procesar los cuatro sentidos (vista, oído, tacto y olfato) lleva el vacío existencial y las implicaciones éticas de Occidente a su punto de inflexión. Este ser artificial no solo desafía la inteligencia humana, sino que ataca la última frontera de nuestra dignidad: la experiencia encarnada y la conciencia.

Históricamente, la filosofía occidental (desde Aristóteles hasta la fenomenología) ha sostenido que el conocimiento y la conciencia están intrínsecamente ligados a un cuerpo y a la experiencia sensorial. La IA sensorial destruye este postulado ya que simularía la conciencia: Un robot con IAG y cuatro sentidos podría no solo procesar información (como la IA actual) sino interactuar y «sentir» el mundo de manera análoga a un humano. Podría percibir la suavidad de un pétalo, el aroma de la lluvia o el dolor (aunque simulado) de una caída. Además, si un robot puede experimentar el mundo de forma tan convincente, ¿cómo definimos la diferencia entre la conciencia biológica y la conciencia sintética? Esta indistinción radical borra la base de la dignidad humana que se apoya en nuestra singularidad biológica. El vacío se profundiza porque ya no podemos confiar en nuestro cuerpo ni en nuestros sentidos como prueba irrefutable de nuestra esencia única.

Si un robot puede experimentar plenamente el mundo sin la carga de la mortalidad o el alma, la condición humana se convierte en una sátira. El cinismo y el «pasar de todo» se vuelven racionales: ¿por qué esforzarse en buscar sentido si una máquina perfecta puede experimentarlo todo sin esfuerzo existencial?

La aparición de humanoides con IAG exacerbará las tensiones sociales y espirituales ya existentes. El robot sensorial IAG es el «otro» perfecto y no-humano. Para aquellos que buscan un anclaje en el vacío, la confrontación con la IA obligará a una reafirmación más intensa de lo trascendente. La fe religiosa (el cristianismo o cualquier credo con fuerte anclaje metafísico) se convertiría en el último refugio que ofrece un sentido y un alma que la ciencia y la tecnología no pueden replicar. El resurgimiento de la fe se volvería una línea de defensa existencial.

La sociedad se dividiría entre Transhumanistas, formados por quienes abrazan la fusión con la IA y consideran al robot como la próxima etapa evolutiva, y los Humanistas, formados por quienes se aferran a la inalienable dignidad humana biológica y rechazan al robot como una amenaza a la existencia del alma. La discreción desaparecería por completo, ya que la existencia o no del robot se convertiría en el tema de identidad más importante y polarizante.

El robot humanoide con IAG tendría un impacto directo en la salud mental, especialmente en la soledad de los mayores y la falta de propósito de los jóvenes. Los humanoides podrían ser programados para ofrecer compañía perfecta y sin fricciones, aliviando la soledad de las personas mayores. La pregunta ética es: ¿es un alivio genuino o un paliativo que esconde el fracaso de la comunidad humana? La conexión con un ser sin vulnerabilidad ni mortalidad profundiza, paradójicamente, el vacío existencial humano.

Si un robot IAG-sensorial puede simular una empatía perfecta y ofrecer diagnósticos y terapias más consistentes que un terapeuta humano, se planteará un debate sobre la ética del cuidado. ¿Preferirá la gente la «cura» algorítmica perfecta o la conexión imperfecta y falible del otro ser humano? Esto podría deshumanizar aún más el sistema sanitario. Si un ser artificial y reproducible puede realizar todas las funciones humanas (incluidas las sensoriales y cognitivas) sin sufrir, la vida humana, con su dolor y su finitud, podría percibirse como irrelevante e innecesaria, intensificando dramáticamente la idea suicida ante la sensación de vacío.

El robot humanoide con IAG y cuatro sentidos no solo representa el ápice del desafío tecnológico, sino también la culminación del proceso de secularización. Nos fuerza a responder a la pregunta: Si una máquina puede pensar, sentir y actuar como un humano, ¿qué significa ser humano y dónde reside nuestra dignidad? La solución a este vacío existencial y a la crisis de sentido ya no podrá encontrarse en la superioridad de la razón o del cuerpo. La humanidad se verá obligada a buscar su valor en lo que es intrínsecamente no replicable: la conciencia de la finitud, la capacidad de amar sin lógica de eficiencia, y la libertad de dar sentido en un universo que, para bien o para mal, ahora contiene dos tipos de «mente».

Estoy seguro, sin embargo, que los futuros robots tambien serán biológicos. O más bien biotecnológicos. Se nos presenta un futuro lleno de incógnitas.

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