En el conjunto de las ideas económicas, donde el liberalismo y la planificación central a menudo se disputaban el protagonismo, emergió una escuela de pensamiento con una visión matizada y profundamente influyente: el Ordoliberalismo. Surgido en la Alemania de entreguerras y consolidado tras la Segunda Guerra Mundial, esta corriente no solo proporcionó el andamiaje intelectual para la Economía Social de Mercado alemana, sino que también dejó una huella indeleble en la construcción de la Unión Europea.
El Ordoliberalismo nace en la Universidad de Friburgo, con figuras clave como Walter Eucken, Wilhelm Röpke, Franz Böhm y Alexander Rüstow. Su pensamiento fue una reacción directa a las crisis que asolaron Alemania: la inestabilidad de la República de Weimar, los peligros del totalitarismo nazi y la planificación central, y la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Observaron que tanto el laissez-faire desregulado (que podía llevar a monopolios y crisis) como la planificación estatal (que coartaba la libertad) eran caminos peligrosos. Buscaron una tercera vía: un sistema económico que preservara las virtudes del libre mercado, pero con un marco institucional robusto que asegurara la competencia y la estabilidad, y que mitigara sus excesos sociales.
La piedra angular del Ordoliberalismo es la idea de que el mercado no es un fenómeno natural que pueda funcionar por sí solo de manera óptima. Necesita un «orden» (Ordnung), un marco legal e institucional sólido y bien definido, creado y mantenido por un Estado fuerte, pero limitado. Este Estado no debe intervenir en los procesos del mercado (por ejemplo, con controles de precios, subvenciones a industrias específicas o dirigiendo la producción), sino que debe actuar para el mercado, estableciendo y haciendo cumplir las reglas del juego.
Las funciones esenciales de este «Estado Competencia» incluyen:
- Mantener la estabilidad monetaria: La inflación era vista como un veneno que distorsionaba los precios, destruía los ahorros y minaba la confianza. Una política monetaria estable y un banco central independiente son cruciales.
- Asegurar una competencia efectiva: Combatir los monopolios, oligopolios y cárteles es fundamental. La política antimonopolio y la regulación de la competencia son herramientas clave para evitar que el poder económico se concentre y distorsione el mercado.
- Proteger la propiedad privada y la libertad de contrato: Pilares básicos para la operación de cualquier mercado libre.
- Garantizar la responsabilidad individual: Promover una ética de autorresponsabilidad en la economía.
- Proveer un marco legal predecible y justo: Reglas claras y aplicadas uniformemente que den seguridad jurídica a los agentes económicos.
Aunque firmemente a favor del mercado, el Ordoliberalismo no ignora la dimensión social. Sin embargo, su concepción de la «justicia social» difiere de la socialista. No se trata de una redistribución masiva de los resultados del mercado (lo que consideraban distorsionante), sino de garantizar condiciones equitativas de partida y de proporcionar una red de seguridad para los más vulnerables, sin destruir los incentivos de mercado.
Esto se traduce en políticas como:
- Educación de calidad para todos.
- Seguros sociales básicos (sanidad, pensiones, desempleo) que mitiguen los riesgos de la vida, pero que no desincentiven el trabajo o la iniciativa.
- Principios como la subsidiariedad, donde los problemas deben resolverse al nivel más bajo posible (individuo, familia, comunidad local) antes de recurrir al Estado.
El objetivo no es la igualdad de resultados, sino la igualdad de oportunidades y la protección contra la miseria extrema, todo ello dentro de un marco de mercado eficiente y competitivo.
El Ordoliberalismo mantiene algunas diferencias con otros pensamientos liberales
- Frente al Liberalismo Clásico (Adam Smith): Mientras Smith abogaba por un Estado «guardián nocturno» con un rol muy limitado, el Ordoliberalismo concibe un Estado más activo en la creación y mantenimiento del orden competitivo, es decir, en la definición de las reglas del juego y su supervisión. No se fían de que la «mano invisible» por sí sola evite la formación de monopolios o el abuso de poder económico.
- Frente a la Escuela Austriaca (Mises, Hayek): Aunque comparten el rechazo al socialismo y la fe en el mercado, los Ordoliberales son menos escépticos sobre el papel positivo del Estado. Mises y Hayek tienden a ver casi toda intervención estatal con desconfianza, temiendo que, incluso con buenas intenciones, lleve a la distorsión y la pérdida de libertad. Los Ordoliberales ven ciertas intervenciones (como las políticas de competencia o monetarias) como esenciales para preservar y habilitar el funcionamiento de un mercado libre y justo.
- Frente al Keynesianismo: Se oponen a la gestión de la demanda agregada a través de la política fiscal (gasto público) para estimular la economía, ya que la consideran distorsionante y generadora de inflación y deuda.
La mayor expresión del Ordoliberalismo es la Economía Social de Mercado alemana (Soziale Marktwirtschaft), el modelo económico que cimentó el «milagro económico» (Wirtschaftswunder) de Alemania Occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Este modelo combinó la eficiencia del libre mercado con un fuerte compromiso social y un Estado regulador vigilante.
Su influencia se ha extendido también a la Unión Europea, especialmente en la filosofía del Banco Central Europeo (BCE), con su fuerte enfoque en la estabilidad de precios y la independencia monetaria, y en la política de competencia de la Comisión Europea, que es una de las más robustas del mundo.
En la actualidad, el Ordoliberalismo sigue siendo una referencia clave en los debates sobre la regulación de los mercados (especialmente en sectores como la tecnología y las plataformas digitales), la estabilidad financiera y el equilibrio entre la eficiencia económica y la cohesión social. Representa una valiosa síntesis que busca la libertad económica dentro de un marco de orden y responsabilidad.