La predominancia de la «o» al final de muchos nombres masculinos en español no es una mera casualidad. Tiene sus raíces en la latinización o romanización de los nombres bárbaros y su posterior pase del latín al español, un proceso que implicó no solo cambios fonéticos sino también la simplificación de un complejo sistema de declinaciones gramaticales.
La razón principal por la que la mayoría de los nombres propios masculinos en español acaban en «o» es una combinación de la simplificación del sistema de casos latinos (donde el acusativo singular en «-um» prevaleció como base) y la evolución fonética de ese «-um» a «-o» durante la formación del español, teniendo en cuenta que el dativo y el abrativo tambien terminaban en «o», sumado a la posterior asociación general de la «o» con el género masculino. Este proceso histórico modeló la sonoridad de nuestro idioma, dando lugar a la riqueza de nombres que conocemos hoy.
Para entender esta evolución, es fundamental retroceder al latín clásico, la lengua madre del español. En latín, los sustantivos se declinaban, es decir, sus terminaciones cambiaban según su función sintáctica en la oración (sujeto, objeto directo, etc.).
Muchos nombres propios masculinos, incluidos aquellos de origen godo que se integraron al latín tras las invasiones bárbaras (como Recared, Roderic, Adolf), fueron latinados y adoptaron la segunda declinación. Esto significaba que, en el nominativo singular (el caso del sujeto), solían terminar en «-us». Así, Recared se convirtió en Recaredus, Roderic en Rodericus, y Adolf en Adolfus.
Aunque en el latín culto se usaban varios casos, en el latín vulgar (el hablado por la gente común en el día a día), hubo una tendencia a simplificar el sistema. El acusativo singular (el caso que se usaba para el objeto directo, pero también en muchas preposiciones) se volvió el caso más común y, en muchos casos, el que sirvió de base para la evolución de los sustantivos en las lenguas romances.
De esta forma, la terminación «-um» del acusativo singular (por ejemplo, dominum para dominus, o Recaredum para Recaredus) fue la que prevaleció. Con el paso del tiempo y los cambios fonéticos que sufrió el latín al transformarse en español, esa «-um» evolucionó fonéticamente a «-o».
Consideremos estos ejemplos de nombres que terminaron adoptando la «o»:
- Paul Paulus (latín) → Paulo (acusativo en latín) → Pablo (español)
- Lucius (latín) → Lucio (acusativo en latín) → Lucio (español)
- Julius (latín) → Julio (acusativo en latín) → Julio (español)
- Recared Recaredus (latín) → Recaredo (acusativo en latín) → Ricardo (español)
- Roderic Rodericus (latín) → Roderico (acusativo en latín) → Rodrigo (español, con alguna asimilación fonética adicional)
- Adolf Adolfus (latín) → Adolfo (acusativo en latín) → Adolfo (español)
Más allá de la evolución fonética, la «o» se consolidó como la terminación característica de los sustantivos masculinos en español. Esta asociación se aplicó de forma natural a los nombres propios, reforzando la tendencia.