En defensa de las Virtudes de Occidente

El problema de nuestra cultura occidental no es tanto la pérdida de valores, sino fundamentalmente la pérdida de la Virtud. La Virtud es universal e indeleble. La Virtud siempre es única, los valores pueden cambiar, deben cambiar para mantener la Virtud.

La virtudes principales, como fruto de la inteligencia y de la voluntad del hombre para ordenar sus acciones, son la Fe, la Esperanza y la Caridad; virtudes ya defendidas por los pensadores griegos y ensalzadas por los romanos, que son consignadas por la religión cristiana como virtudes teologales o infundidas directamente por Dios,

La fe es la confianza, creencia o esperanza en algo o que despertará en la persona un toque de anhelo que la inducirá a actuar para conseguir lo esperado. Así pues, dará como resultado una fuerza interior, que procurará asegurarse de que las condiciones son las ideales, pero sobre todo y lo más importante, poseyendo el dominio de la razón sobre sus actos.

La esperanza es el estado de ánimo en el cual se cree que aquello que uno desea o pretende es posible. Confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea. La esperanza en el fundamento de la libertad de actuar del hombre para la transformación de la realidad.

Las sociedades sin fe, sin esperanza, no tienen futuro, van directamente hacia su aniquilación.

La Caridad cristiana es el amor a Dios sobre todas las cosas y a  nuestro prójimo como a nosotros mismos. Como decía San Pablo, la caridad (el amor) es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no dejará de existir.[1]

Además de estas virtudes fundamentales, existen otras virtudes clásicas de occidente y que se corresponden con las llamadas virtudes cardinales por el Cristianismo. Estas son la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templanza.

La Prudencia es la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela. También se entiende como la virtud de comunicarse con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, así como actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas.

Justicia es dar lo que le corresponde a cada ciudadano, que tiene que estar en proporción con su contribución a la sociedad, sus necesidades y sus méritos personales según Aristóteles.

La Fortaleza consiste en vencer el temor y huir de la temeridad. La fortaleza asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, llegando incluso a la capacidad de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa. La fortaleza es la virtud moral que da valor al alma para poder afrontar con coraje y vigor los riesgos, moderando el impetus de la audacia. Siempre manteniéndose en la recta razón en el obrar.

Finalmente, la templanza es la virtud que regula la atracción por los placeres, y procura el equilibrio en el uso y disfrute de los bienes. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad.

La honestidad es una cualidad de calidad humana que consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad (decir la verdad), de acuerdo con los valores de verdad y justicia. Se trata de vivir de acuerdo a como se piensa y se siente. En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas; en otros sentidos, la honestidad también implica la relación entre el sujeto y los demás, y del sujeto consigo mismo.

Podemos observar que hay dos virtudes que subyacen trasversalmente entre las virtudes comentadas. Estas son la Verdad y la Libertad, sin las cuales es imposible la realización del resto de virtudes.

Durante la Edad Medida y, fundamentalmente a partir de los siglos catorce y quince se pusieron de relieve las llamadas virtudes caballerescas como la Generosidad (largesse), la Compasión (piété), la Franqueza (franchise) y la Cortesía (courtoisie), añadiéndose a las virtudes éticas, virtudes estéticas que han de estar íntimamente unidas a aquellas formando un todo connatural y coherente.

La belleza puede ser patrimonio de las acciones en relación con nosotros mismos y con los demás, pero también de las cosas de la naturaleza y de las creadas por el hombre como la música, la pintura, la literatura, la arquitectura y otras manifestaciones artísticas.

La defensa de estas virtudes y su expansión a todo el mundo, la valoración de las acciones virtuosas y el reconocimiento de los hombres virtuosos, es una de los objetivos más importantes que tiene nuestro mundo occidental, nuestra cultura.


[1] San Pablo, (1 Co 13, 4-8)

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