Es nuestra responsabilidad

Tengo la percepción de que el Papa Francisco se comporta como el líder de una gran ONG. No como el líder espiritual que necesita el mundo. El problema no es la economía, el problema es el espíritu, el alma de la gente. La economía, la pobreza es un problema, pero no es el problema, no. La felicidad es otra cosa.

No dudo de su buena fe, y reconozco su decisión y fortaleza para hacer una Iglesia más auténtica, más ejemplificante. Pero percibo en su figura una cierta secularización de la religión que se me antoja asociada al pensamiento jesuítico actual, el más secularizado.

El mundo necesita la ilusión, la esperanza, la confortación ante el sufrimiento y la angustia existencial que proporciona Cristo. El amor de Dios que nos lleva a amarnos entre nosotros; a amarnos y respetarnos a nosotros y, por ende, a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El principal enfermo no es el hombre sino el alma.

Este es el ideal que debe defender y difundir el Papa. La defensa de lo bueno ante lo malo, de la bondad ante la maldad. El reconocimiento por la sociedad de las personas que son buenas, que son justas, que aman el bien y la belleza de las cosas, de las personas, de los pensamientos y las acciones. Esos son los verdaderos valores, no el rencor, el odio y el resentimiento impulsado por ciertas organizaciones políticas.

Ilusión, esperanza, amor, compromiso, trabajo, son los valores a defender frente a la envidia, el odio y la indolencia. El Amor que defiende y proclama de manera clarividente el obispo de Córdoba.

Tenemos grandes problemas: la pobreza, dictaduras y represiones del tercer mundo, las migraciones descontroladas, la incultura generalizada, las dictaduras teocráticas en paises musulmanes, el asesinato y el genocidio institucionalizado, el imperio de la codicia en todos los ámbitos, en todos los «mundos». Y hay que atenderlos con diligencia. Pero si no atendemos a las raíces, las raíces de la almas, no seremos más que otra ONG. No conseguiremos nada trascendente. La enfermedad de nuestro mundo no es el VIH, ni el ébola, la enfermedad de nuestro mundo es del alma, no del cuerpo y esa enfermedad es la más determinante y debe ser el foco de atención.

Cada vez será más difícil paliarla conforme se agrava. El alma cada vez estará más cerrada a comprender el bien y la alegría que conlleva. El hombre irá perdiendo su propia identidad. Inmerso en la indolencia adquirirá todos los atributos del hombre masa que decía Ortega y Gasset en un entorno cultural alienante fomentado por la codicia política y financiera.

Esta es la responsabilidad del Papa, de la gente de bien, de la gente honrada, de los intelectuales, de los empresarios y de los trabajadores, de los políticos honestos. De todos nosotros.
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