¿Es posible una democracia sin partidos políticos?

La democracia sin partidos es una forma de organización política de carácter representativo, en la cual se celebran elecciones periódicas sin la participación de partidos políticos, siendo todos los postulantes candidatos independientes o representantes de organizaciones o instituciones civiles.

La democracia consiste en el gobierno del pueblo; la demo, que no quiere decir que hayan de ser la mayoría de todo el pueblo. Porque las mayorías, si no están ilustradas, pueden ser objeto de una gran manipulación y pueden llegar a decidir acciones o reglas que sean contra natura, es decir, en contra de lo que la naturaleza evidencia qué es el bien, qué es lo bueno, qué es lo bello, qué es lo beneficioso para todos. El tema es complejo. La mayoría de la asamblea votó en Atenas la muerte de Sócrates. Las mayorías, han votado a estafadores como Pedro Sánchez o a manipuladores como Adolfo Hitler.

Una democracia sin partidos tampoco es factible mediante el dominio de un partido único, porque el partido único, que es el caso del Comunismo o el caso del nacional-socialismo alemán o el caso de los fascistas italianos, da lugar a dictaduras, algunas tan terribles como las dictaduras comunistas.  Este es el caso de la dictadura soviética, de la cual el dictador criminal Stalin fue la figura paradigmática, así como la de los jemeres rojos en Camboya, una de las dictaduras más sangrientas y terribles del comunismo, una ideología responsable de más de cien millones de muertos.

Sería deseable una democracia que indujera a que los que accedan a los órganos de gobierno sean los mejores, los más preparados, como representantes de todos. Y para ello la Democracia Orgánica podría ser el medio ideal.

Esta idea puede resolver el que el pueblo esté representado, que todo el pueblo, de todas las clases y todos los niveles sociales, culturales y económicos, puedan estar representados por los mejores, sin necesidad de entrar en el juego de partidos políticos.

Los partidos políticos, con sus pugnas entre sí y la incomoetencia y el interés personal de sus integrantes, siempre han hecho daño a España a lo largo de los siglos IXX y XX. Pensábamos que estas pugnas enconadas partidistas iban a ser superadas ya en este siglo XXI. Pero, al contrario, durante este siglo se ha desarrollado un ensañamiento un empecinamiento de la lucha partidista, llegándose en la actualidad en España a un sistema político partitocrático donde los poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, han quedado sometidos al partido que gobierna con la complicidad del partido de la oposición. Veremos si esto al fin no acaba en una autocracia o, más bien, a una dictadura socialista.

Francisco Franco, jefe del Estado español por accidente, ya que fue encumbrado a esta figura tras el terrible conflicto generado y vivido durante la segunda República Española, que dio lugar al alzamiento de los militares, azuzados por gran parte del pueblo español, ante la barbarie de asesinatos, violaciones, y caos social que estaban sufriendo, adelantándose a la revolución socialista promovida desde Moscú.

Franco tenía clara la visión de que los partidos políticos fueron los que habían provocado esta situación, fundamentalmente los partidos de izquierda, pero también los radicales, liberales y otros, sujetos a las directrices de los mandatos y las influencias masónicas, procedentes de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Mandatos que, fundamentalmente, querían destruir el catolicismo y el sentido de la dignidad individual, como característica esencial del español. Por ello buscó soluciones que dieran voz al pueblo español, sin necesidad de que esto se estructurada a través de partidos políticos.

Por eso se prohibieron los partidos políticos y se acabó con los partidos políticos de falangistas y tradicionalistas con un proceso que acabó en lo que se llamó Movimiento Nacional, es decir, una estructura de ideología política, no necesariamente falangista y apartidaria. Un Movimiento que no era un partido único sino un movimiento nacional que se pretendía que fuera de ciudadano, de todos los españoles, que se tradujo en las actuaciones de su jefe nacional, Adolfo Suarez, en orden a la transición española a una democracia parlamentaria al uso de las democracias liberales europeas y, concretamente, de la república federal alemana.

También se trató de descubrir cómo podría ser ese nuevo sistema democrático sin partidos. Para ello se acogió la idea de la llamada Democracia Orgánica, es decir, una democracia en la que la representación del pueblo español se hiciera a través de los representantes de los diferentes órganos civiles y administrativos en que estaba constituida la sociedad española.

Estos órganos o instituciones serían, (tal como incipientemente se recogía en la formación del Senado en el proyecto de constitución de la Segunda República, que finalmente no pue aprobado), representantes de asociaciones de agricultores, de pescadores, de comerciantes, de trabajadores, de empresarios, de trabajadores autónomos, de profesionales liberales (como abogados, arquitectos, etc.), de universidades, colegios profesionales, instituciones culturales, academias, sociedades científicas, etc. Completándose con la Familia y el Municipio, como instituciones fundamentales y naturales de la organización de los pueblos.

Como se recoge en Wikipedia, esta idea la hace suya el idealismo alemán con Hegel y otros pensadores como Karl Krause, cuyo discípulo Heinrich Ahrens la desarrolló sistemáticamente, siendo uno de los propagandistas de la filosofía krausista, que tan en boga estuvo en Europa en todo el segundo tercio del siglo XIX, y que fue difundida en España, tanto por socialistas, liberales, conservadores y monárquicos, como el catedrático Julián Sanz del Río, Giner de los Ríos, Salvador de Madariaga y tantos otros. Lo que ocurre actualmente es que este término es denostado al haberse intentado desarrollar durante el régimen de Franco.

Su implantación fue muy limitada y difícil porque desde fuera, la presión de los partidos, la presión de la propia Unión Europea, y la presión del comunismo internacional y el socialismo internacional, era muy fuerte. La Democracia Orgánica nunca pudo desarrollarse y, en cuanto Franco desapareció, los diques de contención cedieron y España fue desbordada por esa presión, rindiéndose a la democracia ejercida a través de los partidos políticos.

Equivocadamente se piensa y se divulga que la «democracia orgánica» era contraria a los principios liberales, el parlamentarismo, los partidos políticos y el sufragio universal. No es cierto. Solo representa una solución alternativa a la de los políticos. Pero no es contraria, en absoluto, al parlamentarismo -lo que es obvio- ni al sufragio universal, al que acudir mediante referendo universal en las ocasiones que se precise.

Nada de esto fue posible. Ni posiblemente lo será ya nunca…

Hay que mirar a futuro, con optimismo y decisión a pesar de la etapa, tan peligrosa para la libertad y dignidad de la persona, que estamos atravesando. Hemos de superarla. Triunfaremos.

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