La pérdida de espiritualidad

En la Iglesia hoy todo se ha hecho vano. La liturgia, la música litúrgica y religiosa, la eucaristía, el sacerdocio… Todo se ha ido desacralizando en ese esfuerzo de acercamiento a los “tiempos modernos”. Todo se ha ido degradando.

La gente ya no se arrodilla ante la consagración, la gente habla y charla en las iglesias como si estuvieran desacralizadas. ¿De verdad estos creen que Dios, Jesucristo, está realmente presente en la sagrada forma consagrada? Lo dudo, pues si no, caerían de rodillas. Pero es que los sacerdotes, muchos de ellos, con su actitud también parecen no creerlo. La ceremonia litúrgica se ha simplificado careciendo de toda solemnidad. Ya no de adora a Dios en las iglesias.

La música no favorece la concentración para el encuentro con Dios, sino todo lo contrario, en general en las iglesias se oye una música baladí, nada espiritual, que no ayuda a elevar el espíritu hacia Dios. La vida espiritual va desapareciendo y el misticismo es ya cosa de los siglos pasados.

Los sacerdotes son en su mayoría irreconocibles una vez se quitan la vestimenta litúrgica y salen a la calle. Nada lo identifica como tal. Ser sacerdote no es una profesión; es mucho más.

La idea fuerza del cristianismo, marcada por la muerte y resurrección de Jesucristo: la trascendencia de esta vida, la resurrección, el cielo y el infierno, van siendo sustituidas por el buenismo, por la aceptación de otras religiones o por el medio ambiente. Tenemos que prepararnos para la otra vida, porque hay una segunda vida: la verdadera. Y hay una segunda muerte, como nos anuncia la Revelación de Juan.

Se pide a Dios que nos ayude en nuestra vida material. Se acude a Dios en la adversidad, en la tribulación, como si fuera a un psicólogo. Dios no está para resolver nuestros problemas materiales en esta vida. Esos problemas los hemos de resolver nosotros. Hay que pedir a Dios que nos dé fe y ánimo para resolverlos, que nos ayude a mantener limpio nuestro espíritu, nuestra alma, que nos ayude a cumplir sus mandamientos, que nos ayude a amar a nuestro prójimo, que nos ayude a amarnos a nosotros mismos de la misma manera que Él nos ama. Y que nos libre del Malo, como dice el Padre Nuestro.

El Mal está presente en todo este proceso, porque está presente en nuestra sociedad queriendo inundarlo todo.

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