La secularización de la iglesia

Dia del Seminarista, 19 de marzo de 2021

La iglesia ha ido perdiendo las señas de identidad, las señas de referencia, que la hacen diferente a cualquier otra organización social. La Iglesia es una organización eminentemente espiritual; dedicada al Espíritu Supremo, Dios, y la salvación de las almas (que son espíritu) de los hombres. Este es el fin supremo de la Iglesia. Por ello, la Iglesia se ha rodeado desde siempre de un entorno de espiritualidad mediante una expresión ética y estética que favorezca la espiritualidad a través de música y cánticos, de inciensos y olores, de luz y color, de arte y estética, de liturgia, creando un ambiente que favorezca el misticismo y la espiritualidad. Jesucristo dijo a los hombres: dad de comer al hambriento, de beber al sediento… “lo que hicierais a cualquiera de estos, me lo hacéis a mí”, y eso debe ser connatural con la vida y el comportamiento del cristiano, pero no es la función principal de la Iglesia; es necesaria pero no suficiente. Su función es procurar la salvación de las almas mediante la propagación de la fe. Sin la salvación del alma a través de la fe, lo demás no vale de nada.

La Iglesia se ha ido desacralizado, parece que ahora ya nada es sagrado; el progresismo y el modernismo ha ido relativizando todo, desacralizando todo; secularizándolo todo: La liturgia se ha reducido a lo esencial, el arte ha huido de las iglesias a los museos, se ha balizado; parece que nada importa. Los fieles no se arrodillan, comulgan con la mano, cantan canciones populares a ritmo de pop y las misas son más actos protocolarios que espirituales. ¿Cree de verdad la gente que acude a misa que Dios está presente en la hostia consagrada? El Cielo y el Infierno han desaparecido. La resurrección y la trascendencia a la muerte quedan fuera de las homilías. Parece que todo ha de referirse a los pobres, a la justicia social, al rechazo a los ricos y al comportamiento correcto. Todo esto puede estar más o menos bien, pero, aunque el amor al prójimo es necesario, no es suficiente; no debe ser el núcleo del mensaje de la Iglesia. El núcleo ha de ser la salvación, la trascendencia a la muerte. Y también el amor y el respeto a Dios nuestro padre. El misticismo ha desaparecido sustituido por el buenismo.

Pero, centrándome en el profeso, en el religioso, en el sacerdote; este también se ha desacralizado. Parece que ser sacerdote o religioso ahora es un trabajo, un empleo; pero esto no es cierto. Ser sacerdote es una expresión vital, una entrega a Dios y a sus criaturas, cuya misión principal es salvar las almas mediante la fe, mediante la conversión de las personas. La vocación del sacerdote le obliga a dar testimonio de Cristo, no solo mediante el ejemplo sino por la palabra; llevar a palabra de Dios, la palabra de Jesucristo, a los hombres. Supone una entrega como la de Jesucristo; una entrega gozosa y espiritual. Por ello no es un hombre como los demás, es el representante de Cristo. Su testimonio tiene que empezar por su apariencia, por su vestimenta. No quiero decir que deba de ir siempre con sotana, no. La vestimenta tiene que ir con arreglo a los tiempos. Tiene que ser una vestimenta que le permita desenvolverse en la vida actual y en el contexto actual. Pero tiene que ser una vestimenta que lo identifique como sacerdote; una vestimenta que diga a los demás: Estoy consagrado, represento a Cristo y te puedo ayudar a encontrarte con él. Mis prioridades no es satisfacer mis apetitos carnales sino salvar almas, ayudar a los hombres, a mis prójimos a salvar sus almas. Esa es su mayor satisfacción, en eso consiste su realización como ser humano. No debe vestir como los demás, no debe comportarse como los demás, no debe nunca perder su condición de sacerdote, de religioso, de persona consagrada a Cristo, a Dios. Y esta actitud no es contradictoria, sino todo lo contrario, con la simpatía, la alegría, el cariño y el amor por los demás.

Debe tener presente, no solo los consagrados sino todos los cristianos, estas palabras de Jesucristo: “Todo aquel que me reconozca en público aquí en la tierra también lo reconoceré delante de mi Padre en el cielo; pero al que me niegue aquí en la tierra también yo lo negaré delante de mi Padre en el cielo.” Mateo 10:32.

Lo que hay que hacer es acercar a los hombres a la iglesia, acercar a los hombres a la espiritualidad, acercar a los hombres a Dios. No al revés. Queremos acercar a Dios a los hombres de manera equivocada, banalizando nuestra relación con Dios hasta que desaparece.

Esta pérdida de identidad, de manifestación hacia los demás, esta pérdida de espiritualidad es la que está secularizado a la Iglesia. Es lo que ha fomentado el abandono del sacerdocio, es la que está convirtiendo a la Iglesia en una ONG y la que conlleva a una pérdida de la fe entre sus miembros en cualquiera de las categorías, incluyendo a obispos y cardenales y hace peligrar incluso la fe de los papas. Es la que diluye la fé en Cristo, en Dios.

Hay un proverbio español que dice “El hábito hace al monje” y en parte es verdad. Acabarás siendo lo que aparentas. Compórtate como lo que quieres llegar a ser y acabarás siéndolo. El hábito, el uniforme, dignifica a las personas. Y forma parte del hábito la actitud hacia Dios y hacia los demás, la sonrisa, la alegría, la simpatía, el afecto, la caridad, la compasión, el respeto, la reverencia, la veneración y la adoración y el amor a Dios, abierto siempre a recibir su amor. Amar y respetar al prójimo, amar y respetar a Dios.

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