Una oportunidad para nuestro mundo

Nuestro mundo es fruto del pensamiento griego, de la organización jurídica, administrativa y ciudadana romana y del renacimiento europeo, el sentido cristinao del hombre, el desarrollo religioso, filosófico, humanístico, tecnológico e industrial de los  últimos siglos y su expansión desde Europa a América, Oceanía y otros lugares de Asia y Africa.

Esta civilización se ha llamado en general “Occidental” aunque, evidentemente, debería llamarse  Europea, pues son los valores políticos y religiosos europeos, el pensamiento humanista y científico europeo, la ciencia y la técnica europea, desarrollados posteriormente no solo en Europa sino también de manera fundamental en América y en el resto de los países de civilización europea.

Mientras tanto, el resto de países permanecieron más o menos en una situación estable desde la Edad Media, con una mayor o menor influencia de la civilización europea en el desarrollo de algunas áreas, fundamentalmente la tecnológica, exportada y en su mayor parte dirigida por europeos, con casos de desarrollo muy acelerado como fue primero el del Japón y ahora de China.

Muchos de estos países fueron colonizados durante el siglo IXX y principios del XX, y fueron rápida y malamente descolonizados, fundamentalmente a causa de la guerra fría, sin que llegaran a profundizar en ellos los valores y el humanismo europeos y, sin embargo, creando en ellos desequilibrios ecológicos, económicos y culturales.

Nos encontramos con un desarrollo desequilibrado en estos países, con un desarrollo principalmente tecnológico y militar muy importante, pero con una base cultural que prácticamente no ha evolucionado desde la Edad Media y donde está creciendo una actitud fundamentalista en oposición a la cultura europea y aprovechándose de la progresiva decadencia moral occidental.

Si nos fijamos a lo largo de la historia, vemos cómo en períodos en que se ha apoderado de las gentes una  energía negativa, expresada en el arte, en la moral y las costumbres, se ha entrado en situaciones de crisis y de decadencia que han sumido a la humanidad en períodos de oscuridad más o menos largos, tardándose siglos en recuperarse el conocimiento adquirido, no en todos los casos posible.

Nos encontramos ahora en una situación muy mala, en un entorno colectivo muy negativo, con una constante negación de los propios valores, en la que se ha perdido el respeto a la sabiduría, al esfuerzo y a la superación personal y en la que se han perdido los valores de afecto y solidaridad con el prójimo, con los vecinos, con los compañeros, engañándose con tópicos tales como el hambre en el mudo o la mortalidad infantil en el tercer mundo, ocultando así su propio fracaso en las relaciones con sus compañeros, vecinos y conciudadanos.

Estamos en una sociedad en la que se está favoreciendo el desarrollo del resentimiento contra el que triunfa, donde se relativiza todo lo propio, todo lo bueno. Donde se valora e incluso se ensalza lo malo. Una estética que valora lo feo, una estética de lo roto, de lo sucio; imponiéndose en la moda del vestir, en la decoración, en las expresiones artísticas. En definitiva, donde se desarrolla la vulgaridad, lo desagradable, lo grosero, lo negro, lo gris… No solo se cuestiona, sino que se desprecia la sabiduría, la educación, el arte, la belleza, la bondad, la elegancia…

Donde se habla más de la muerte que de la vida; más del derecho a abortar que del derecho a concebir, parir y cuidar a los hijos con dignidad, con alegría y con el reconocimiento y agradecimiento de la sociedad a la mujer que así lo hace, dándole  las oportunidades y ayudas que justamente merece; más del derecho a morir que del derecho a vivir dignamente hasta el final. Se habla y se piensa más en lo negativo que en lo positivo.

Una sociedad en la que todo vale (en política, en economía, en el comportamiento) con el fin de conseguir lo que uno quiere, donde prima el egoísmo respecto al prójimo, el cinismo, la especulación, el consumismo. Donde se intenta justificar ese egoísmo mediante el desarrollo de mitos como el cambio climático y el hambre en el mundo, participando en ONG más o menos transparentes.

Una sociedad en la que cada vez hay menos libertad efectiva y donde se está produciendo un constante incremento del dirigismo por parte de los poderes públicos, donde estamos sometidos cada vez más a una vigilancia y control que, con la escusa de prevenir el delito y servir a la justicia, nos trata a todos por iguales, como si ya fuéramos delincuentes, en una sociedad cada vez más dominada por los políticos. Una constante coacción desde los poderes públicos sobre el ciudadano mediante la reglamentación abusiva de las conductas individuales, con la implantación de lo “políticamente correcto” rechazando y persiguiendo a los que no de adaptan a ese dirigismo y creándose situaciones de enfrentamiento.

Y todo esto va calando poco a poco en todos nosotros. Sin que nos demos cuenta. Vamos aceptando poco a poco en este pensamiento, dejándonos llevar hasta casi no reconocernos; quien sabe si hasta situaciones como las planteadas por George Orwell en su novela Nineteen Eighty-Four que introdujo los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano.

Se está imponiendo la cultura de lo negativo y no de lo positivo; de la cultura de la falta de respeto, del rechazo, del resentimiento en contra de una cultura de lo positivo, de la alegría, de la ilusión, del afán de continua superación del hombre individual, de la sociedad a la que pertenece y finalmente de toda la humanidad. De buscar objetivos comunes que unan e ilusiones a las personas en pro de su consecución.

No quiero ser alarmista en exceso. Tal vez las opiniones que expreso en este artículo parezcan en exceso contundentes; pero es lo que está pasando; en mayor o en menor grado, pero pasa. Tengo la sensación de que así vamos a nuestra autodestrucción. No nos reproducimos, lo que significa que cada vez menos personas gozarán de nuestra cultura y desarrollo, mientras se reproducen los que no tienen acceso a la cultura.

Cuestionamos y criticamos nuestra cultura y nuestra sociedad. Nos preocupamos de que no mueran los niños en el tercer mundo pero sin cuidarnos de que puedan después subsistir y desarrollase económica y culturalmente. Ello lleva a las ituaciones de desastres y matanzas por todos conocidas.

Por ello es fundamental una rebelión en las ideas; debemos rebelarnos sin miedo a las críticas ante este declive, ante este desafuero, ante esta insensatez colectiva. Y debemos decirlo claramente, sin complejos, sin relativismos. Con orgullo. No nos podemos someter. Debemos rebelarnos contra lo malo, lo feo, lo vulgar. No solo manifestarlo, sino desarrollar esta rebelión en todos y cada uno de nuestros actos: en nuestro comportamiento cotidiano, desde nuestros trabajos, desde nuestras empresas,
desde nuestras organizaciones cívicas, profesionales, políticas, religiosas. Hay que luchar contra el mal, hay que luchar por el progreso del hombre basado en la belleza, en el amor y en el esfuerzo y la superación. Necesitamos un cambio, un gran cambio para salir de todo esto.

 

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