Cristo no vino al mundo a liberar a los pobres

Cristo no vino al mundo a liberar a los pobres ni a implantar ningún régimen político o social. Cristo vino a liberar, a salvar al hombre, a salvar su alma, su sentido de la existencia, por medio del amor: «amaos los unos a los otros como yo os he amado» «ama a tu próximo como a ti mismo».

Cristo vino a liberar al hombre de sus pecados contra sí mismo y contra los demás. Vino a salvar las almas, no los cuerpos, pues la salvación del alma significa la salvación del hombre.

Es el hombre el determinante de su bienestar y de el de los demás, no el régimen político o civil. Es el hombre el que determina al régimen, no el régimen el que determina al hombre. El régimen político y social, que trata de imponer su conducta, oprime al hombre, no lo libera. Cristo vino a afirmar al hombre por encima de lo demás; a cada hombre, individualizadamente.

El pensamiento cristiano es el más alejado del marxismo pues antepone el valor del individuo frente al colectivismo, frente a cualquier dictadura, incluso la del proletariado. Porque la clave de la felicidad está en cada hombre, en su actitud ante la vida y los demás, en su libertad y su capacidad de amar. Y Cristo vino a darnos esa clave: la de la felicidad por medio del amor.

No hace mucho, a un eminente psiquiatra, el profesor Juan José López-Ibor Aliño, hace poco fallecido, le preguntó un periodista una pregunta entonces de moda: «Profesor, según usted, cual es la clave de la felicidad?». El profesor, aparentemente contrariado, le respondió que el era un médico psiquiatra y esa pregunta no entraba en su terreno. Pero, cuando le iban a quitar el micrófono, lo retuvo y dijo: «La clave de la felicidad está en tu capacidad de amar a los demás». A tu familia, a tus amigos, a tus compañeros…

Cristo decía «como a ti mismo» porque si no eres capaz de respetarte, de amarte a ti mismo, no podrás respetar ni amar a los demás. Y también dijo: «ama a tu prójimo» a los que están cerca, a tu alrededor, porque si no amas a estos, ¿cómo vas a ser capaz de amar a los que están lejanos? Me asombra la mentira y el cinismo de aquellos que dicen amar a los pobres del tercermundismo y no solamente no aman a los próximos sino que les odian. Me asombra aquellos que dicen buscar la justicia y la fraternidad entre los hombres y sin embargo destilan por todos sus poros odio y resentimiento. Cristo no vino a sembrar odio sino amor, no vino a sembrar resentimiento ni rencor, sino perdón y entrega a los demás.

Este es el mensaje de valor del Cristianismo; que no es una corriente filosófica, ni siguiera teológica; que no es un planteamiento de conducta ni un código civil ni político, ni tampoco religioso. Es una llamada a la esencia verdadera del hombre, su libertad, su dignidad, a partir de la cual todo es posible: el amor y la felicidad.
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