EL SONIDO DEL TIEMPO. Prólogo de Julio Zarco

Ahora os adelanto el de Julio Zarco:

Cuando a un autor se le solicita un prólogo de un libro suele ser por amistad, por admiración o por compromiso. A su vez el prologuista se acerca a la redacción del prólogo con curiosidad intelectual, con admirada y abierta amistad o por compromiso. En mi caso, Ignacio Para entiendo que ha tenido la amabilidad de solicitarme el prólogo a su encantador libro “el sonido del tiempo”, por cariño y amistad y, desde luego, mi acercamiento es desde el máximo respeto y el compromiso afectivo con el autor.

Desde mi modesto entender, un libro de poemas como el que nos ofrece el autor, no me debería permitir reflexiones teóricas o acrobacias intelectuales, sino más bien, desde un marco de total sinceridad, debemos ofrecer el impacto emocional del eco de sus sonidos y sus expresiones. No existe otra posibilidad de acercamiento a la poesía, que desde el corazón, desde el alma o, quizás mejor, desde el Ser absoluto.

Mi humilde tarjeta de visita, que solo pretende ser una antesala de la cámara nupcial, la voy a hacer desde la resonancia y la vibración de los sonidos de Ignacio, y digo sonidos y no palabras, porque desde el título elegido por el autor, hasta los últimos rincones de sus poemas, late su amor por la música, y la música, como la poesía, es silencio, eterno silencio interrumpido por la vibración cadente. La vibración y el sonido, origen de la creación y significativamente representado por la sagrada silaba “ON” y “en el principio fue el Verbo”.

Afirmaba el glorioso poeta Octavio Paz que ”la poesía es un instrumento para observarnos nosotros mismos. Porque cuando se concentra la atención internamente surge la poesía y empieza la aventura emocional de la palabra”. Efectivamente, estamos ante la aventura emocional de Ignacio que nos invita a recorrer un año por el alma del autor, sus sentimientos, sus emociones y su pulso. No hay nadie más generoso que el poeta, pues nos abre su ser a los demás, nos descubre su urdimbre emocional y se muestra en la originalidad de su mismidad.

Por eso, debemos acercarnos a la poesía de Ignacio, desde el respeto de acercarnos al hombre en su esencia, a su verdad y a las imágenes que animan su alma. La lectura de la poesía debe ser realizada siguiendo el principio de la “Lectio Divina”, mascullando las palabras en el interior, meditando en los sonidos y dejando que estos resuenen en nuestra alma. El acercamiento a la poesía es una embriaguez mística, pues une nuestro Yo con nuestro Ser profundo, en una comunión intima, a la vez carnal y espiritual.

Por ello, cuando nos aproximamos a la poesía de Ignacio, nos asaltan sus imágenes, imágenes plásticas de una fuerza inaudita y que reflejan las obsesiones y pulsiones más íntimas del autor. Como dice Luis Mateo Díaz: “las imágenes son la memoria fermentada” y el humus de Ignacio es el paisaje de la infancia de su León natal, sus nieves, sus montañas, los colores de la hojarasca. El paisaje en Ignacio tiene una exaltación panteísta que se debate entre la universalidad de Tagore y la cálida añoranza Juan Ramoniana. Pero también nos asalta en el camino interior del autor, su intento de Hidalgo Español por sentar las bases del hombre virtuoso. Ignacio reivindica una Re-Humanización del Ser Humano y por ello regresa en un eterno retorno al Hombre Clásico, a la virtuosidad Aristotélica donde el valor, la honradez, la bondad y la sabiduría son los valores eternos que nos acercan a los dioses. Basta con degustar la poesía “la fuerza del hombre héroe”, para toparnos con el ideal griego.

Pese a que el sustrato del cual parte Ignacio, es el paisaje, la madre tierra, su impulso teleológico es hacia la atemporalidad, hacia la perfección mística que le hace gritar “soy un ser temporal que siente la eternidad”. Su arrobo por la belleza y su afán de perfeccionamiento le convierten en un instrumento al servicio de los demás, al servicio de la belleza idealista Platónica y al servicio pedagógico de lo noble, de lo virtuoso.

Debemos dar gracias al autor, en primer lugar por la generosidad de dejarnos pasar a las cámaras íntimas de su corazón, pero también nuestro agradecimiento debe de concretarse en su inestimable labor pedagógica de indicarnos cuál es la noble naturaleza del Hombre y que esta, está al servicio de los demás y de las nobles causas de la humanidad.

Los que conocemos a Ignacio, sabemos que el parto de sus poemas han sido tejidos al socaire de sus acontecimientos vitales, pues nada habla más de un Hombre, que su propia obra y que ésta, querido lector, que tienes entre tus manos, es una buena obra, porque Buen Hombre es quien la ha creado.

Julio Zarco, Médico de Familia
http://juliozarco.com

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