
El debate sobre las capacidades de la IA y el ser humano es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Si bien la inteligencia artificial supera al hombre en muchas tareas (cálculo, análisis de datos masivos, etc.), existen áreas en las que el ser humano tiene una ventaja fundamental y es poco probable que la IA lo supere. La IA puede simular un comportamiento humano, pero no posee conciencia, es decir, la capacidad de tener una experiencia subjetiva, de sentir y de ser consciente de su propia existencia. Puede generar una obra de arte, pero no experimenta la emoción o la inspiración al crearla.
La IA puede analizar millones de datos sobre emociones humanas y predecir respuestas, pero no puede sentir compasión, alegría o dolor. La empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, es un rasgo esencialmente humano que surge de la experiencia vivida, no de un cálculo. La IA simula; es un gran engaño.
Aunque la IA puede generar obras de arte, música o textos de gran calidad (como un «falso Picasso»), su creatividad es derivada y computacional. Se basa en el análisis y la recombinación de patrones existentes. El ser humano puede crear conceptos o ideas que no tienen precedentes en el conocimiento existente. Pensemos en el concepto de «cubismo» de Picasso o en la Teoría de la Relatividad de Einstein. Son saltos conceptuales que van más allá de lo que se ha visto o aprendido. La intuición, ese «sexto sentido» para resolver un problema o conectar ideas aparentemente no relacionadas, es una capacidad humana que la IA no puede replicar.
El juicio humano no se basa únicamente en datos y lógica. Al tomar una decisión, se consideran factores como los valores, la ética, la cultura y las emociones. Ante un dilema ético, como el de un médico que debe decidir si dar prioridad a un paciente sobre otro, la IA podría calcular la opción «más eficiente» según sus parámetros, pero el médico debe considerar la moralidad, el sufrimiento humano y el juramento hipocrático. La IA carece de esa dimensión de juicio y responsabilidad moral.
La clave de la diferencia entre la IA y el ser humano reside en la distinción entre imitar y experimentar. La IA puede analizar datos y patrones de expresión humana para generar respuestas que «parecen» empáticas, pero es una simulación. Es como un actor que interpreta la emoción de la tristeza, pero no la siente. La IA puede escribir un poema sobre la tristeza, pero no ha experimentado la pérdida o el dolor.
La IA no es un ser sensible; carece de sentidos como el tacto, el olfato o el oído. No puede sentir la calidez de una caricia, el aroma de una flor o el sonido de una melodía. Estas experiencias sensoriales están intrínsecamente ligadas a nuestra memoria y a nuestras emociones, enriqueciendo nuestra comprensión del mundo de una manera que un algoritmo no puede replicar.
La IA opera en el ámbito de la información y la lógica, procesando datos de manera eficiente. Sin embargo, el ser humano vive en el ámbito de la experiencia, donde la subjetividad, la emoción y la percepción sensorial son fundamentales para la existencia.
La IA es una herramienta poderosa que potenciará las capacidades humanas, pero la conciencia, la empatía y el juicio moral son atributos intrínsecamente humanos que no pueden ser replicados por un algoritmo. Su falta de conciencia, sensibilidad y experiencia vivida la sitúa en un plano completamente distinto al del ser humano.