Sin libertad no hay inteligencia ni progreso

La libertad es el bien supremo del hombre. Es lo que nos diferencia del resto de los seres. Es la que nos hace semejantes a Dios. Porque somos libres es por lo que podemos pensar y decidir. No estamos sometidos plenamente a una conducta, a unos instintos. Tenemos libertad para manejarlos para actuar y decidir por encima de los instintos y poder articular distintas opciones.

La libertad es la que nos da la capacidad de hablar, de pensar y decidir. La libertad es la que nos permite innovar y crear. Es la que nos da la capacidad de amar, pues se ama a quien se quiere. La superación del Hombre equivale a la conquista permanente de mayores grados de libertad respecto a nuestras limitaciones personales, sociales y materiales.

La libertad se tiene que manifestar en todos los ámbitos de la vida humana: el arte, la ciencia, la economía, el pensamiento, la comunicación, etc. En la medida en que se cercena esta capacidad, se está cercenando la capacidad de innovar y crear en cada uno de estos ámbitos. Pero la libertad es indisoluble, no puede haber libertad en un ámbito y no haberla en otro.

El respeto a la libertad de los demás es el que garantiza precisamente esta libertad. El Hombre tiende a expandir su libertad sin límite agrediendo así la libertad de los demás. Tiene a conquistar todo el poder a costa del poder de los demás. Por eso la libertad es frágil. El equilibrio de las libertades siempre tiende al desequilibrio. El Hombre trata de imponer a los demás sus ideas, su arte, su pensamiento… y sin embargo esta dinámica es la dinámica del progreso. Por ello esto no está mal, está bien, pero solo siempre que los demás tengan el poder y la libertad de competir, de aceptarlo o rechazarlo, de discutirlo o admitirlo.

Pero para eso es necesario establecer una fuerte garantía que permita siempre el equilibrio entre todas las libertades y para ello es necesario que exista un poder, sostenido por todos, que regule y garantice las condiciones para que exista este equilibrio de libertades, pero no para que actúe imponiendo “su” libertad, es decir, su pensamiento, su arte, su economía, etc.

Esta regulación, por tanto, debe de contemplar no solo el ejercicio de la libertad por todos sino el ejercicio de la libertad por el poder para que este no acabe imponiendo sus propios dictados. El poder debe estar repartido de manera que se controlen los unos a los otros. Ninguna grado de dictadura es aceptable, aunque esté respaldada por los votos. La democracia se mide no por los votos sino en el grado de libertad y participación de los ciudadanos, de  la sociedad civil, en los asuntos públicos.

No digo nada nuevo que no se haya puesto de manifiesto desde la antigüedad. Pero conviene repetirlo para no olvidarlo, sobre todo en un período histórico como el actual en el que la pérdida de valores e impera el sometimiento político conformista y hedonista o el sometimiento político dogmático y fundamentalista.

Dios nos dio la libertad de amarle o no, creer en Él o no, actuar con bondad o maldad, querer u odiar. Nos hizo semejantes a Él: Libres.

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